EL APEGO EN ETAPAS POSTERIORES
Los vínculos de apego van a seguir su curso durante todo el
ciclo evolutivo con las transformaciones y adecuaciones que cada edad requiere.
A lo largo de todo el período escolar se suelen mantener como figuras de apego
los padres (la madre, casi siempre en primer lugar y con carácter secundario
los hermanos y otros familiares). Paulatinamente el niño va tolerando mejor las
separaciones cada vez más largas, el contacto físico no es tan estrecho y las
conductas exploratorias no precisan de la presencia física de las figuras de
apego. Sin embargo, en momentos de aflicción, pueden activarse en gran manera
las conductas de apego con reacciones similares a la de los primeros años.
Durante la adolescencia las figuras de apego suelen ser, por
este orden, la madre (que sigue en primer lugar), padre, hermano, hermana,
amigo y pareja sexual. La madre sigue siendo la figura central de apego. A
diferencia de épocas anteriores, ahora puede ocurrir que se incorpore como
figura de apego, alguna persona ajena a la familia (amigos).
Progresivamente los adolescentes se van distanciando más de
las figuras de apego y aparece un cierto rechazo como forma de buscar su propia
identidad. El deseo ya no es estar con las figuras de apego sino que éstas
estén disponibles para casos de necesidad. Es un proceso natural por el que no
hay que temer si se han hecho bien las cosas. El adolescente ha iniciado ya el
camino de las relaciones sociales y los vínculos de amistad que marcan el
inicio del camino hacia el encuentro de la etapa adulta.
Si la relación de apego se estableció de forma adecuada en
los períodos críticos, el lazo afectivo que vincula a padres e hijos
trascenderá a la época adolescente y es probable que se prolongue toda la vida.
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